Javier Pellejero Aparicio
Como comentamos en otros artículos, uno de los grandes deberes obligatorios del periodismo es informar con rigor y veracidad, pero también actuar con respeto y dignidad ante las personas implicadas en los hechos. El deber informativo, en casos como guerras, crisis humanitarias o situaciones extremas, se debe apartar un poco hacia un lado al aparecer en juego la ética profesional, ya que en estas situaciones es muy frágil
El fotoperiodismo siempre ha tenido una batalla entre la visibilidad, la denuncia y la emoción. Uno de esos casos, y el elegido para este artículo, es el escándalo de Abu Ghraib, ocurrido durante la guerra de Irak, cuando se filtraron unas fotografías que mostraban abusos y torturas contra los prisioneros iraquíes en una cárcel administrada por el ejercito estadounidense.
En 2004 comenzaron a circular estás imágenes, cuyas escenas reflejadas eran durísimas. Mostraban prisioneros desnudos, humillados, encapuchados, obligados a ser sometidos y siendo hasta intimidados por perros. En algunas de ellas, aparecían las figuras de soldados americanos posando junto a los prisioneros, queriendo crear una foto de recuerdo o como si esas escenas fuesen un trofeo de guerra. El impacto de esto fue inmediato y produjo un escándalo a nivel internacional que obligó al gobierno de Estados Unidos a iniciar investigaciones oficiales que acabaron con varias condenas a los militares involucrados.
Las imágenes comenzaron a despertar un fuerte debate. ¿Debían publicarse sin restricciones? ¿La denuncia de lo ocurrido era suficiente como para mostrar el sufrimiento y la humillación de las víctimas? Muchos medios decidieron publicarlas íntegramente, con un argumento de que la sociedad debía ver lo que ocurría de verdad en la guerra y que, esas imágenes eran las pruebas de los abusos generados. Otros, sin embargo, pensaron que difundir estas fotografías suponía otra humillación más de las que habían sufrido ya.
El dilema ético es muy evidente, estas imágenes revelaban la dura y extrema realidad que esas personas, más allá de ser presos, sufrieron. Muchos de ellos no estaban ni siquiera identificados, no tenían poder ni posibilidad de responder ante las imágenes y no tenían capacidad para dar un consentimiento. Desde la perspectiva deontológica, los valores del periodismo se enfrentaron, el derecho a informar contra el respeto al ser humano.
Además de ello, este caso planteaba otro debate. Soldados tomaron algunas fotografías como parte de la humillación, convirtiendo así las cámaras en parte del propio proceso de tortura. Esto hace cuestionar más allá de la imagen, sino que el origen de ella también genera un conflicto. El periodismo se paró a reflexionar ente la pregunta de que si estaban mostrando pruebas de una tortura para reflejar la verdad o sin querer estaban ayudando a la difusión y contribución a un bucle de tortura y maltrato que los autores iniciaron.
Este duro caso se convirtió en un contenido viral. En una sociedad acostumbrada a ver imágenes de guerra, pobreza y situaciones difíciles, la difusión de imágenes como estas puede provocar esa sensibilidad que conmueve a la población. Pero cuando las tragedias se convierten en espectáculo mediático el periodismo puede correr un riesgo, perder su función informativa y convertirse en deshumanizadores de personas a las que tratan de defender.
También es cierto que la publicación de dichas imágenes tuvo un efecto positivo, ya que se iniciaron investigaciones que expusieron la realidad de lo ocurrido. Pero este beneficio mínimo no pudo borrar la pregunta de que ¿hasta qué punto se puede violar la dignidad de una persona para lograr un cambio social?
La ética no debe marcarse por los resultados, cada noticia debe considerar el impacto humano que puede generar, en especial en casos como este con aquellos que no pueden defenderse. Por todo ello, Abu Ghraib es un claro ejemplo de que a veces el periodismo, sin quererlo, puede ser un amplificador de una violencia que comenzó con una cámara dentro de una prisión iraquí.
El periodista no debe solo contar la verdad, sino recordar que detrás de una imagen existen personas que deben ser tratadas como lo que son, personas, y no como un objeto de impacto y cambio social. Y es ahí cuando debe mantener un equilibro entre esa responsabilidad de informar y la obligación de respetar la condición y dignidad humana.
Vídeo de RTVE con uno de los iraquíes torturados: 'Prisionero 151/716' COMPLETO | En Portada
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Comentarios
La reflexión que se presenta en la entrada es sólida y constructiva sobre el conflicto entre el deber informativo y el respeto a la dignidad humana en el caso Abu Ghraib. Señala con acierto cómo las imágenes, nacidas ya de un acto de violencia, pueden perpetuar la humillación de las víctimas. También alerta sobre el riesgo de convertir el dolor ajeno en espectáculo mediático, lo que me parece acertado. Toda la noticia mantiene un tono crítico equilibrado y bien argumentado. Me gustaría destacar también, la estética limpia y ordenada de la página facilita una lectura.
Finalmente, destacar que el texto invita a pensar no solo en cómo se publican las imágenes, sino también en la responsabilidad futura del periodismo en construir narrativas que reparen, y no solo revelen, las heridas del pasado, cosa que creo que es muy acertada por parte del redactor.